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El principio del placer

 

Reseña

El principio del placer reúne seis cuentos y una novela corta que le da un título al libro. En ella un adolescente narra su descubrimiento del amor y la sexualidad y su encuentro con la corrupción de México y del mundo. Lo fantástico se vuelve verosímil y lo cotidiano se hace espectral en una serie de relatos que hablan de las edades humanas desde la infancia hasta la vejez.

 

Tenga para que se entretenga es un relato ambiguo que lo mismo puede leerse como un cuento de espantos, ya transformado por la tradición oral en una mas entre las muchas leyendas de la ciudad, que como una crítica de los excesos a que llega el hermano incómodo de un presidente. La zarpa explora la relación elusiva y misteriosa que llamamos amistad. La fiesta brava es acaso el primer cuento que se escribió sobre el Metro en la capital.

 

Langerhaus contrasta la esperanza que fuimos en la niñez y la adolescencia con el fantasma en que la vida es capaz de convertirnos.

 

 

Por último. Cuando salí de La Habana recrea el tema ancestral de los viajes en el tiempo para demostrar que no hay escape posible contra el peso de la historia en nuestra existencia individual.

Aparecido por primera vez en 1972 reeditado constantemente desde entonces, El principio del placer se ofrece ahora en una nueva versión que lo hace el mismo libro y a la vez otro nuevo, enriquecido con toda clase de precisiones que lo vuelven aún más nítido y coherente. Si innumerables lectores han disfrutado de este libro clave, su redacción final lo presenta todavía más inquietante y más abierto a otras lecturas e interpretaciones en un contexto que era impensable en el momento en que salió.






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EL ALMOHADÓN DE PLUMAS



Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor,  más expansiva  e  incauta  ternura;  pero  el  impasible  semblante  de  su  marido  la  contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos,  columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su
resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños,  y aún vivía dormida en la casa hostil,  sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.




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John Boyne nació en Dublín, Irlanda, en 1971. Se formó en el Trinity College y en la Universidad de East Anglia, en Norwich. Autor de otras cuatro novelas —The Thief of Time, The Congress of Rough Riders, Crippen y Next of Kin—, El niño con el pijama de rayas no sólo supuso la consecución de un éxito unánime en todos los países donde se ha publicado (se traducirá a veintidós idiomas), sino que además en Irlanda se mantuvo en el número 1 de la lista de libros más vendidos durante 35 semanas. Ha sido finalista de los premios Borders Original Voices y Ottakar's Children's Book Prize, y nominada al «Index on Censorship» Award, al Premio Ungari Unicef y a la Carnegie Medal. Miramax/Disney prepara un largometraje con la dirección de Mark Herman.  







EL NIÑO CON EL 
PIJAMA DE RAYAS  


Una tarde, Bruno llegó de la escuela y se llevó una sorpresa al ver que María, la criada de la familia —que siempre andaba cabizbaja y no solía levantar la vista de la alfombra—, estaba en su dormitorio sacando todas sus cosas del armario y metiéndolas en cuatro grandes cajas de madera; incluso las pertenencias que él había escondido en el fondo del mueble, que eran suyas y de nadie más.  

—¿Qué haces? —le preguntó con toda la educación de que fue capaz, pues, aunque no le hizo ninguna gracia encontrarla revolviendo sus cosas, su madre siempre le recordaba que tenía que tratarla con respeto y no limitarse a imitar el modo en que Padre se dirigía a la criada—. No toques eso.  

Maria sacudió la cabeza y señaló la escalera, detrás de Bruno, donde acababa de aparecer la madre del niño. Era una mujer alta y de largo cabello pelirrojo, recogido en la nuca con una especie de redecilla. Se retorcía las manos, nerviosa, como si hubiera algo que le habría gustado no tener que decir o algo que le habría gustado no tener que creer.  

—Madre —dijo Bruno—, ¿qué pasa? ¿Por qué Maria está revolviendo mis cosas? 

—Está haciendo las maletas. 

—¿Haciendo las maletas? —repitió él, y repasó a toda prisa los días anteriores, considerando si se había portado especialmente mal o si había pronunciado aquellas palabras que tenía prohibido pronunciar, y si por eso lo castigarían mandándolo a algún sitio. Pero no encontró nada. Es más, en los últimos días se había portado de forma perfectamente correcta y no recordaba haber causado ningún problema—. ¿Por qué? —preguntó entonces—. ¿Qué he hecho?  

Pero Madre ya había subido a su dormitorio, donde Lars, el mayordomo, estaba
recogiendo sus cosas. La mujer echó un vistazo, suspiró y alzó las manos con gesto de
frustración antes de volver hacia la escalera. En ese momento Bruno subía, porque no
pensaba olvidar el asunto sin haber recibido una explicación.  

—Madre —insistió—, ¿qué pasa? ¿Vamos a mudarnos? 

—Ven conmigo —dijo ella, señalando el gran comedor, donde la semana anterior había cenado el Furias—. Hablaremos abajo. 

Bruno se volvió y bajó la escalera a toda prisa, adelantando a su madre, de modo que ya la esperaba en el comedor cuando ella llegó. La observó un momento en silencio y pensó que aquella mañana se había aplicado mal el maquillaje, porque tenía los bordes de los párpados más rojos de lo habitual, igual que se le ponían a él cuando se portaba mal, se metía en un aprieto y acababa llorando.  

—Mira, hijo, no tienes que preocuparte —dijo ella, acomodándose en la silla donde se había sentado la acompañante del Furias, una rubia hermosísima, y desde donde ésta se había despedido de Bruno con la mano cuando Padre cerró las puertas—. Ya verás, de hecho vas a vivir una gran aventura.  

—¿Qué aventura? ¿Vais a mandarme a algún sitio? 

—No, no te vas sólo tú —repuso ella, y por un instante pareció que quería sonreír—. 



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LA PEOR SEÑORA DEL MUNDO


Imagina que un día cualquiera despiertas, son cuarto para las siete, hace un poco de frío y no quieres levantarte; pero estás justo a tiempo para bañarte y alistarte para la escuela... ni modo, a la regadera. Ya toda guapa o guapo, con cada cabello en su lugar y el uniforme muy limpio y planchado, vas a la cocina para desayunar y, ¡zaz!, en vez de huevos revueltos y chocolate con leche o licuado de plátano y papaya picada, tu mamá te sirve un suculento plato de... ¡comida para perro!


Ahora piensa en el día en que te felicitó tu maestra por haber hecho un muy buen trabajo, de haber tenido una estrella seguro te la hubiera pegado en la frente. Tú, feliz, sólo piensas en llegar a casa para ver a mamá y darle la noticia, ¿qué esperarías que ella hiciera? Quizá un beso, un abrazo grande, lindas palabras y, por supuesto, un postre rico, pero... ¿Cómo reaccionarías si ella en lugar de ponerse feliz se lanzara contra ti y te atacara con diminutos y dolorosos pellizcos? Muy mal, supongo, todos lo haríamos.


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EL LAZARILLO DE TORMES
 Anónimo


PRÓLOGO


Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto, para ninguna cosa se debría romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar della algún fruto; porque si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras, y si hay de que, se las alaben; y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes.” ¿Quien piensa que el soldado que es primero del escala, tiene más aborrecido el vivir? No, por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse en peligro; y así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica muy bien el presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las animas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: “¡Oh, qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!” Justo muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas. ¿Qué hiciera si fuera verdad?

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EL MONJE QUE VENDIÓ SU FERRARI
El monje que vendió su Ferrari, es una de las joyas de la literatura de crecimiento personal.
El libro cuenta la historia de Julián Mantle, prominente abogado que lo tenía todo en la vida (o al menos eso creía él).Pero, un día tubo un infarto que lo puso al borde de la muerte, Julián Mantle tomó la decisión de vender todas sus posesiones materiales e irse a la India en busca de iluminación.
Fué entonces cuando conoció a los Sabios de Sivana en una comunidad perdida de los Himalayas. Julián Mantle estudió junto a estos durante varios años y así consiguió lo que estaba buscando: las siete virtudes eternas de la vida esclarecida.
Esta historia constituye una fuente de sabiduría práctica y espiritual que puede ser aprovechada por cualquiera persona, y en especial, por gerentes o profesionales.


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MANUAL DE SEIS ACCIONES PARA EL FORTALECIMIENTO DE LA BIBLIOTECA ESCOLAR

Para  avanzar  en  el  logro  de  esta  meta,  la  Subsecretaría  de  Educación  Básica,  a través de  la  Dirección  General  de  Materiales  Educativos  y  de  la  Dirección  de Bibliotecas y Promoción de la Lectura,  propone la Estrategia Seis Acciones para el Fortalecimiento  de  la Biblioteca  Escolar,  cuyo  objetivo  es  apoyar  a  la  comunidad escolar  en  el  diagnóstico, diseño  y  la  planeación  organizada  de  actividades  de gestión y pedagógicas para lograr la instalación y movimiento de las bibliotecas. 

El  presente  documento  se  constituye  como  un   Manual  para  supervisores, directores, docentes y maestros bibliotecarios, que promueven en las escuelas de educación  básica  el funcionamiento  de  la  biblioteca  escolar  como  un  proyecto educativo  permanente  que apoya  el  desarrollo  de  competencias  comunicativas enfocadas a la formación de lectores y escritores.  

En los siguientes capítulos se describen cada una de las acciones propuestas. 
1. Elaborar un diagnóstico de la escuela y de la biblioteca. 
2. Nombrar un maestro bibliotecario. 
3. Integrar el Comité de la Biblioteca. 
4. Elaborar  un  Plan  Anual  de  Trabajo  de  la  Biblioteca  Escolar  enmarcado  en  el
proyecto escolar. 
5. Desarrollar Círculos de Lectores. 
6. Ofrecer 
los  Servicios  Bibliotecarios  y  elaborar  el  reglamento  de  la
biblioteca. 
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EL HOMBRE MEDIOCRE

I. LA EMOCIÓN DEL IDEAL
Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento.
Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas. Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.
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ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA




Así habló Zaratustra, el libro más célebre y controvertido de toda la obra nietzsche, se sirve de la figura semilegendaria del filósofo persa del siglo vi a.c. para desarrollar, en una trama de elementos narrativos, conceptuales y líricos, los cuatro grandes temas que integran su legado: el superhombre, la muerte de Dios, la voluntad de poder y el eterno retorno de lo idéntico.

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EL OCASO DE LOS ÍDOLOS

PRÓLOGO


No es hazaña pequeña seguir conservando la serenidad en medio de una ocupación sombría y llena de responsabilidades. Y, sin embargo, ¿hay algo más necesario que la serenidad? Sin alegría ni orgullo no hay nada que salga bien. Sólo el exceso de fuerza constituyen la prueba de la fuerza. 


La inversión de todos los valores, ese signo de interrogación tan negro y tan enorme, que sume en la sombra a quien lo abre, esa misión tal que es un auténtico destino, impele en todo momento a correr hacia el sol, a quitarse de encima una seriedad pesada, una seriedad que se ha hecho demasiado pesada. Para esto, todo medio es bueno, todo «caso» es un caso afortunado, empezando por la guerra. La guerra ha sido siempre la gran sagacidad de todos los espíritus que se han vuelto demasiado interiores, demasiado profundos; hasta en la herida sigue habiendo un poder de curación. Mi lema viene siendo, desde hace ya mucho tiempo, una máxima, cuya procedencia voy a mantener oculta a la curiosidad de los eruditos: «Con la herida aumentan los ánimos y se robustece la fuerza.» 



Otra forma de curación, es que a veces me resulta incluso más apetecible, es someter a examen profundo a los ídolos... En el mundo hay más ídolos que realidades: este es el «mal de ojo» y el «mal de oído» que tengo yo para este mundo... Ir haciendo preguntas a base de golpearlos con el martillo, y oír tal vez, como respuesta, a ese conocido sonido a hueco que revela unas entrañas llenas de aire, representa una delicia para quien  tiene otros oídos detrás

de los oídos, para este viejo psicólogo y cazador de ratas que soy, ante quien tiene que dejar oír su sonido precisamente aquello a lo que le gustaría permanecer callado.
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Carlos Fuentes

AURA


LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras mas negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono. 

Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina. Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puno y alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes. 

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